El libro de 1 Reyes es la continuación de la historia de la nación de Israel. Las historias de los reyes malos y buenos, tienen lecciones espirituales importantes para nosotros hoy en día.
Los dos libros que conocemos como 1 y 2 Reyes originalmente eran un solo libro en la Biblia hebrea; pero por el bien común, los eruditos judíos que produjeron la traducción griega septuaginta, lo dividieron en dos libros.
Los libros 1 y 2 Reyes están en la sección de los profetas anteriores del Antiguo Testamento. Josué es el primer libro de esta sección y 2 Reyes el último. Ambos libros, 1 y 2 de Reyes abarcan el periodo desde los últimos días del reinado de David hasta la cautividad de Judá (también conocida como la cautividad babilónica).
Crecimiento y trágico declive de la nación de Israel
El libro de 1 Reyes empieza con la fastuosidad y esplendor de la era dorada de Salomón, y la historia termina en 2 Reyes con la tragedia del pueblo de Judá llevado cautivo hacia Babilonia. Para ese entonces Israel ya había sido llevado cautivo 100 años antes.
¿Por qué este lamentable y desafortunado giro en los acontecimientos? Existe una razón tanto como para el crecimiento como para el declive final.
Cuando el pueblo respondía y respetaba a Dios y a su palabra, la nación era liberada de sus enemigos y prosperaba. Pero las maldiciones fueron las consecuencias cuando la desobediencia y la rebelión en contra de Dios se convirtieron en el orden del día. Israel se dividió en dos naciones, y debido a su constante apostasía y desafío contra Dios, y después de muchas advertencias, finalmente los entregó cautivos a crueles enemigos.
Estos principios de causa y efecto, bendiciones y maldiciones son una advertencia muy seria para nuestras naciones modernas que profesan el cristianismo.
David y Pat Alexander de El manual bíblico de León hacen la siguiente aseveración: “El relato {de 1 Reyes} comienza con un reino estable, unido bajo un rey fuerte y termina con un colapso total y una deportación masiva hacia Babilonia. Es una historia sombría en la que el escritor ve una moral muy clara. Dios es el señor de la historia, involucrado activamente en los asuntos del hombre. Cuando la nación y sus líderes lo buscaban y obedecían sus leyes, la paz y la prosperidad le precedían. El desastre económico y político sobrevino sobre Judá e Israel como consecuencia directa del debilitamiento moral y religioso de la nación” (p. 251).
¿No es cierto esto también en gran medida, de nuestras naciones occidentales hoy en día?
Inscrito en el muro del monumento de Jefferson en Washington D.C, están estas palabras que deberían servir como una advertencia muy seria: “Dios quien nos dio la vida, nos dio la libertad. ¿Pueden estar a salvo las libertades de una nación cuando hemos quitado la convicción de que estas libertades son el regalo de Dios? De hecho tiemblo por mi país cuando reflexiono que Dios es justo, y que su justicia no puede dormir para siempre”.
¡En verdad son palabras comprometedoras!