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JEREMIAS

             
 A Jeremías se le conoce como el “profeta llorón”. El mensaje de advertencia y aflicción que Dios le dio es desgarrador, pero también contiene un mensaje de esperanza.

Jeremías nació en la aldea de Anatot, donde su padre era sacerdote (Jeremías 1:1). La ciudad estaba en el territorio de Benjamín, que formaba parte del reino del sur de Judá.

El nombre hebreo Jeremías puede significar “el Señor exalta” o “el Señor establece” (Comentario bíblico de Zondervan NVI), y puede referirse al hecho de que Jeremías fue una de las pocas personas que se menciona en la Biblia como santificado (apartado) por Dios antes de su nacimiento con un propósito y una misión especiales (1:5).

El ministerio de Jeremías comenzó en el año 13 del rey Josías (1:2) y continuó durante los últimos cinco reyes de Judá, un período de aproximadamente 40 años. Josías fue uno de los reyes más justos de Judá e implementó varias reformas. Cuando murió, Jeremías se lamentó amargamente por él (2 Crónicas 35:25). Después de Josías, gobernaron cuatro reyes que no fueron justos: Joacaz, Joacim, Joaquin, y, por último, Sedequías, que estaba en el trono cuando el ejército babilónico destruyó Jerusalén y quemaron el templo.

El libro de Jeremías es el más largo de todos los libros proféticos, más largo que Isaías o Ezequiel. Agrupando los 12 Profetas Menores son un tercio más cortos.

El Compañero de la Biblia Collins declara en sus comentarios introductorios sobre Jeremías: “Jeremías vivió los últimos días del reino del sur de Judá. Él advierte constantemente sobre el desastre inminente, causado por la negligencia de la nación hacia la verdadera religión, su tendencia a las prácticas paganas y su injusticia social. La absoluta confianza en el pacto de la relación con Dios es un engaño, como lo son sus falsos profetas con su mensaje de paz. Pero nadie escucha al profeta. Tiene el corazón roto y discute con Dios sobre su aparente misión imposible de hacer que la gente escuche”.

Debido a sus terribles predicciones contra Judá, Jeremías fue sometido continuamente a la persecución, el ridículo y la hostilidad de reyes y gobernantes, e incluso fue arrojado en una cisterna llena de lodo o aguas negras (Jeremías 38:6).

Jeremías no fue el único profeta de su tiempo, ya que Habacuc y Sofonías estaban entre sus contemporáneos. También coincidió con el tiempo de Ezequiel, que estaba en cautiverio en Babilonia. Es sorprendente que la esencia de los mensajes que tanto Jeremías como Ezequiel proclamaron fuera similar, a pesar del hecho de que uno profetizó en Palestina y el otro en Babilonia.